viernes

2008/11/12 No basta con tener pelotas

Nadie sabía cuándo apareció en el barrio. Era gordito, chaposo. La movilidad escolar pasaba todos los días por él puntualmente. Nadie sabía tampoco de qué colegio era el vistoso uniforme que llevaba. Indudablemente, era un chico diferente. Casi todos los del barrio íbamos a colegios nacionales y éste nos ponía a distancia de lo "usual".
Al llegar el verano, con la algarabía de las vacaciones, empezaron los partidos de fútbol, esas maratones de todos los días, que apenas se detenían para, sudorosos, ir a almorzar o tomar el "lonche". Cualquiera traía "la pelota". En realidad, se jugaba con lo que había. A veces, era una pelota de jebe, que casi siempre terminaba rota antes que termine el día; en otras ocasiones nos las arreglábamos con un amasijo de trapo en el que alguna media vieja hacía de envoltorio. Lo importante era jugar.
Cada tanto alternábamos con excursiones a las acequias laterales de la avenida Venezuela, para sacar pescaditos con los que después martirizábamos a nuestras madres, ocupando los lavatorios hasta agenciarnos de algún recipiente alternativo con el que igualmente las martirizábamos porque "ocupaba sitio".
Un día en que el partido demoraba porque "faltaba un pata", justo pasó por la cuadra Serafín, que así se llamaba nuestro personaje. Casi a coro le preguntamos: "¿quieres jugar?". Volteó a mirarnos nerviosón pero animoso y nos dijo: "Un momentito, voy a pedirle permiso a mi mamá". Nos miramos, burlones, pero no le dijimos nada. Se fue corriendo a la otra cuadra, donde vivía, y regresó al momento, con una pelota nuevecita. Le hicimos barrita mientras dividíamos al grupo en dos equipos… pero resultó un desastre. Apenas recibía la pelota, Serafín le pegaba un patadón que había que recoger la pelota de donde fuera a parar. ¡No sabía jugar! ¡Miércoles!... ¡Pero era el dueño de la pelota!
Muy pronto se lo empezaron a "pelotear". Nadie lo quería en su equipo. Pero tenía un "argumento" difícil de rebatir: no importaba cuántas pelotas le reventáramos, siempre aparecía con otra, nuevecita. Pero era duro el pobre. Lo poco que se soltaba en los partidos del verano se le iba en el tiempo de colegio. No lo dejaban salir ni los fines de semana. Se disculpaba porque tenía clases de piano los sábados a mediodía, con la señora Nosécuantos.
Buena gente, Serafín nos prestaba sus pelotas, hasta que un día se lo prohibieron también.
Volví a encontrarme con Serafín, de casualidad, en un ómnibus. Yo estudiaba medicina y él parece que había emprendido algo que tenía que ver con letras o filosofía… No lo entendí bien. Lo que sí pude registrar de él fue su mirada perdida, su rigidez de movimientos, aquella que ya se insinuaba en los partidos de la niñez. Un hablar rebuscado y como recitado me hizo pensar que algo terrible le había pasado. Años después, conocí más de la esquizofrenia como para darme cuenta que ya entonces Serafín estaba en proceso. Ojalá me equivoque. No volví a saber de él.
Agradecí, entonces y ahora, a mis padres, por dejarme "mataperrear", "hacer calle", ser libre, poder jugar, explorar el mundo, ser niño.

Tema:
Es indispensable que los niños vivan a plenitud cada etapa de su vida. Siempre ha existido y existirá en la mente de los padres el querer prepararlos para una vida mejor, pero a veces en ese trámite anticipamos demasiado el futuro y no les permitimos vivir el presente. Los juguetes que les regalamos son para que dispongan de éstos como quieran, para que jueguen, los revienten o los regalen si quieren. Son suyos. Uno de los mejores regalos que les podemos ofrecer es acoger a sus amigos, no enfrentarlos con ellos. Con cierta tolerancia podemos ayudarlos a manejar posibles "diferencias" que los amigos muestran y que, a veces, no son sino producto de prejuicios nuestros.
Los padres muy posesivos terminan anulando la personalidad de sus hijos o impidiéndoles que vivan una vida propia. Al final, el resultado es que el hijo termina enfermándose para llenar el vacío de los padres, la necesidad de tener a alguien a quien cuidar.

Reflexiones:Serafín estaba rigidizado por una presión externa que le había hecho perder naturalidad. Estaba acostumbrado a cumplir con mandatos, no a soltarse y jugar. Tenía muchos regalos en casa, muchas pelotas, pero nunca se atrevió a enfrentarse al mandato retentivo de su madre. Estaba castrado desde el vamos, teniendo que tragarse la rabia y la impotencia con que estas circunstancias invaden el alma, aniquilándola y enfermándola. Sólo esos “patadones” inarticulados daban cuenta de una posibilidad de "soltar", pero no tuvo tiempo de organizarlo mejor, se acabó el verano y con éste vinieron las sombras que años después encontré en su mirada.

Sugerencias:
· Jugar es tan indispensable como comer. Es la fuente misma de la creatividad; y, la primera creación que logramos a través del juego es a nosotros mismos.
· No se trata de "ponerlos allí a que jueguen"; tampoco se trata de llenarlos de juguetes. Tenemos que estar con ellos, jugando o acompañándolos en sus juegos.
· No trate de criar a sus hijos "educándolos" para el trabajo. Ellos necesitan que el aprendizaje sea una forma lúdica que les permita experiencias de vida para descubrir su sentido.
· Es importante que el colegio y la universidad favorezcan el desarrollo del deporte y la competencia sana, el estímulo a la creatividad. Es una alternativa al vacío que atrae a la vacuidad y a las drogas.

12 de noviembre de 2008

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