Una de las actividades más importantes para el desarrollo del ser humano es el juego. Es una condición innata que tiene que encontrar su oportunidad de expresión en el desarrollo del niño.
Si el medio en el que se desarrolla es propicio, el niño podrá jugar con entera libertad, expresándose a través de esta actividad, creando su propio mundo y un espacio para el encuentro con la realidad exterior, con el mundo externo. El juego favorece el desarrollo de la mente y es el vehículo para la creatividad.
Las relaciones humanas se tornan imposibles si no se logra el desarrollo de la capacidad de jugar. Esto ocurre cuando el medio ambiente en el que se desarrolló el niño no ha sido favorable, cuando el pequeño ha vivido en medio de interferencias y dificultades.
Cuando existe un ambiente favorable, el niño puede jugar y al jugar se recrea; esto quiere decir que él está presente en el juego y a través del juego se crea a sí mismo porque amplía su experiencia de vida y se enriquece su mundo interno. Esto deriva en una actividad libre, que puede interrumpir cuando quiera, sin tener como consecuencia un sentimiento de angustia o de pérdida más allá del sentimiento natural de encontrar los límites.
Cuando se produce un fracaso en la posibilidad de jugar creativamente, el niño se distrae, esto quiere decir que el niño busca el juego como una actividad por la que procura tomar distancia de sí mismo. Suele ser, en estas circunstancias, que el tomar contacto consigo mismo sea motivo de angustia, ya que lo acompaña el riesgo encontrarse con una sensación de desamparo o soledad.
El resultado de jugar para tomar distancia de sí mismo es que su experiencia personal se empobrece, reduciendo la confianza en sí mismo para enfrentarse al mundo y haciendo que se repliegue y se esconda detrás de diferentes formas de juegos adaptativos en los que suele hacer “como que” se relaciona o “como que” juega.
Como quiera que el dejar de distraerse moviliza intensa angustia, ya que lo aproxima a la difícil experiencia de acercarse a sí mismo, el niño entra en inquietud y no puede parar el juego, se obsesiona con él o con el juguete que eventualmente utiliza para dicho fin. Este juguete pasa a tener una importancia tremenda para los efectos de calmar la angustia del niño. Es posible que no pueda dormir si no lo tiene o que se desespere si no lo encuentra, peor aún si lo pierde.
Si esta situación no logra resolverse en el curso de la vida, el futuro adulto desarrollará actividades de juego compulsivo, en donde la dificultad de parar es tremenda, la angustia o la sensación de vacío interior lo invaden inmediatamente y hace lo imposible por continuar con el juego, en el que sólo aparentemente va a obtener algo.
En la actualidad, Lima ha sido invadida por casinos y juegos de tragamonedas, que han superado de largo el ritmo acelerado de los "bingos" y han favorecido la expresión de este tipo de problemas. Con más frecuencia vemos ahora personas que no pueden tener plata (propia o ajena) en la mano sin correr a jugársela al casino; gentes que pasan día y noche entre las famosas "maquinitas", en una vehemencia febril de la que no pueden sustraerse.
Hay una búsqueda imposible de llenar, un vacío que no se llena. El saldo ineludible es que, al final, no sólo se quedan con el vacío interior sino, también, con los bolsillos vacíos.
En otras palabras, es la dramatización compulsiva de una pérdida vivida con anterioridad y el constante intento de su negación. Como el vacío interior no se llena, si eventualmente se ha logrado ganar, la euforia transitoria lleva a buscar ese "algo más" que hace que el juego se prolongue. En realidad, de lo que se trata es de que el juego no termine o de que el final traumático se reproduzca.
Es interesante recordar que, para la mayoría de los jugadores compulsivos, el dinero obtenido por el juego es algo que se suele "reventar"; se gasta en una exaltación eufórica, que hace que éste desaparezca de inmediato. Esto denota, también, la dificultad que tienen estas personas para contener lo propio, conservar sus vínculos, fortalecer su economía (en todo sentido).
En el alma de un jugador compulsivo está el ansia omnipotente de convertirse en un elegido del destino: la suerte lo va a elegir justo a él. De pronto, siente que tiene el poder de dominar a la máquina, a la ruleta o al crupier. Esto tiene tal trascendencia que es como negar las más básicas ansiedades humanas, el temor a la muerte, la debilidad, la dependencia, el temor a la separación, al no control de la realidad, a la marginación, a las incertidumbres de la vida…
En más de uno he podido observar núcleos tanáticos (destructivos) que los empujan ocultamente a destruir todo aquello que puedan obtener. A veces esto representa atacar el valor negativo de lo material, del dinero que alguna vez se les ofreció en lugar del cariño. Perpetran un ataque al éxito; es como que buscaran el fracaso, como si no pudieran mantener dentro de sí lo bueno sin llenarse de una culpa que los atormenta y no paran hasta quedar “vacíos”. En algunos casos, he podido observar, también, la presencia de una fuerte envidia volcada sobre sí mismos.
En el ámbito de sus relaciones personales generalmente ocurre lo mismo. Suelen ser inestables en sus relaciones, muy ambivalentes, no llegan a valorar a sus parejas o a sus hijos, tienden a competir con ellos. Sienten que los demás “les sacan” más de lo que les dan. Tienen dificultan para sentir cariño o para comprometerse, siempre esperan ese “algo más” (que alguien “les debe”), que no les permite el sentimiento de saciedad.
Esto no quiere decir que no sean sensibles, pero hay una cierta desconfianza respecto al compromiso, salvo que sientan que tienen el poder total, en cuyo caso se da un vínculo en el que el otro es quien sufre las angustias cada vez que falta el dinero en casa, debido, justamente, a que se está apostando "todo al siete". Son personas que han logrado "tener" dinero o poder, pero no han logrado superar las angustias propias de la carencia infantil y tienen que reproducir permanentemente la incertidumbre y el riesgo de la pérdida mediante el juego.
Es notoria la concurrencia de gente mayor, de la llamada "tercera edad", a los Bingos y Casinos. Tal vez no todos puedan ser denominados “compulsivos”, pero se deduce que es una manera de llenar sus espacios de soledad. Es probable que no encuentren otra opción que el "distraerse" al no poder "recrearse" en el encuentro con la familia, los hijos, los nietos o los amigos. Es una forma triste de resignarse al destino, de entregarse a una suerte en la que se sienten perdedores, sentimiento que necesitan evitar "jugando a ganar".
Si el medio en el que se desarrolla es propicio, el niño podrá jugar con entera libertad, expresándose a través de esta actividad, creando su propio mundo y un espacio para el encuentro con la realidad exterior, con el mundo externo. El juego favorece el desarrollo de la mente y es el vehículo para la creatividad.
Las relaciones humanas se tornan imposibles si no se logra el desarrollo de la capacidad de jugar. Esto ocurre cuando el medio ambiente en el que se desarrolló el niño no ha sido favorable, cuando el pequeño ha vivido en medio de interferencias y dificultades.
Cuando existe un ambiente favorable, el niño puede jugar y al jugar se recrea; esto quiere decir que él está presente en el juego y a través del juego se crea a sí mismo porque amplía su experiencia de vida y se enriquece su mundo interno. Esto deriva en una actividad libre, que puede interrumpir cuando quiera, sin tener como consecuencia un sentimiento de angustia o de pérdida más allá del sentimiento natural de encontrar los límites.
Cuando se produce un fracaso en la posibilidad de jugar creativamente, el niño se distrae, esto quiere decir que el niño busca el juego como una actividad por la que procura tomar distancia de sí mismo. Suele ser, en estas circunstancias, que el tomar contacto consigo mismo sea motivo de angustia, ya que lo acompaña el riesgo encontrarse con una sensación de desamparo o soledad.
El resultado de jugar para tomar distancia de sí mismo es que su experiencia personal se empobrece, reduciendo la confianza en sí mismo para enfrentarse al mundo y haciendo que se repliegue y se esconda detrás de diferentes formas de juegos adaptativos en los que suele hacer “como que” se relaciona o “como que” juega.
Como quiera que el dejar de distraerse moviliza intensa angustia, ya que lo aproxima a la difícil experiencia de acercarse a sí mismo, el niño entra en inquietud y no puede parar el juego, se obsesiona con él o con el juguete que eventualmente utiliza para dicho fin. Este juguete pasa a tener una importancia tremenda para los efectos de calmar la angustia del niño. Es posible que no pueda dormir si no lo tiene o que se desespere si no lo encuentra, peor aún si lo pierde.
Si esta situación no logra resolverse en el curso de la vida, el futuro adulto desarrollará actividades de juego compulsivo, en donde la dificultad de parar es tremenda, la angustia o la sensación de vacío interior lo invaden inmediatamente y hace lo imposible por continuar con el juego, en el que sólo aparentemente va a obtener algo.
En la actualidad, Lima ha sido invadida por casinos y juegos de tragamonedas, que han superado de largo el ritmo acelerado de los "bingos" y han favorecido la expresión de este tipo de problemas. Con más frecuencia vemos ahora personas que no pueden tener plata (propia o ajena) en la mano sin correr a jugársela al casino; gentes que pasan día y noche entre las famosas "maquinitas", en una vehemencia febril de la que no pueden sustraerse.
Hay una búsqueda imposible de llenar, un vacío que no se llena. El saldo ineludible es que, al final, no sólo se quedan con el vacío interior sino, también, con los bolsillos vacíos.
En otras palabras, es la dramatización compulsiva de una pérdida vivida con anterioridad y el constante intento de su negación. Como el vacío interior no se llena, si eventualmente se ha logrado ganar, la euforia transitoria lleva a buscar ese "algo más" que hace que el juego se prolongue. En realidad, de lo que se trata es de que el juego no termine o de que el final traumático se reproduzca.
Es interesante recordar que, para la mayoría de los jugadores compulsivos, el dinero obtenido por el juego es algo que se suele "reventar"; se gasta en una exaltación eufórica, que hace que éste desaparezca de inmediato. Esto denota, también, la dificultad que tienen estas personas para contener lo propio, conservar sus vínculos, fortalecer su economía (en todo sentido).
En el alma de un jugador compulsivo está el ansia omnipotente de convertirse en un elegido del destino: la suerte lo va a elegir justo a él. De pronto, siente que tiene el poder de dominar a la máquina, a la ruleta o al crupier. Esto tiene tal trascendencia que es como negar las más básicas ansiedades humanas, el temor a la muerte, la debilidad, la dependencia, el temor a la separación, al no control de la realidad, a la marginación, a las incertidumbres de la vida…
En más de uno he podido observar núcleos tanáticos (destructivos) que los empujan ocultamente a destruir todo aquello que puedan obtener. A veces esto representa atacar el valor negativo de lo material, del dinero que alguna vez se les ofreció en lugar del cariño. Perpetran un ataque al éxito; es como que buscaran el fracaso, como si no pudieran mantener dentro de sí lo bueno sin llenarse de una culpa que los atormenta y no paran hasta quedar “vacíos”. En algunos casos, he podido observar, también, la presencia de una fuerte envidia volcada sobre sí mismos.
En el ámbito de sus relaciones personales generalmente ocurre lo mismo. Suelen ser inestables en sus relaciones, muy ambivalentes, no llegan a valorar a sus parejas o a sus hijos, tienden a competir con ellos. Sienten que los demás “les sacan” más de lo que les dan. Tienen dificultan para sentir cariño o para comprometerse, siempre esperan ese “algo más” (que alguien “les debe”), que no les permite el sentimiento de saciedad.
Esto no quiere decir que no sean sensibles, pero hay una cierta desconfianza respecto al compromiso, salvo que sientan que tienen el poder total, en cuyo caso se da un vínculo en el que el otro es quien sufre las angustias cada vez que falta el dinero en casa, debido, justamente, a que se está apostando "todo al siete". Son personas que han logrado "tener" dinero o poder, pero no han logrado superar las angustias propias de la carencia infantil y tienen que reproducir permanentemente la incertidumbre y el riesgo de la pérdida mediante el juego.
Es notoria la concurrencia de gente mayor, de la llamada "tercera edad", a los Bingos y Casinos. Tal vez no todos puedan ser denominados “compulsivos”, pero se deduce que es una manera de llenar sus espacios de soledad. Es probable que no encuentren otra opción que el "distraerse" al no poder "recrearse" en el encuentro con la familia, los hijos, los nietos o los amigos. Es una forma triste de resignarse al destino, de entregarse a una suerte en la que se sienten perdedores, sentimiento que necesitan evitar "jugando a ganar".
4 de setiembre de 2008
2 comentarios:
No pasa nada porque el estado recibe mucha plata, nadie los quiere fiscalizar. Hasta el propio presidente de la Republica, dijo que esos negocios son basura y la ministra araoz tambien repitio lo mismo. Sin embargo, siguen abriendo mas casinos, siguen entrando mas jovenes a los casinos, personas de toda edad y condicion social.
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