Fabián y Elisa se conocían desde niños. El colegio en el que estudiaron hizo espacio para una amistad adolescente -nada especial- la que mantuvieron en el recuerdo una vez que cada quien emprendió rutas distintas en pos de hacer carrera profesional. A Fabián nunca se le había ocurrido enamorar a Elisa, pese a que le parecía linda. Es más, durante años no abrió las puertas al amor y, en ese vacío afectivo, fue creciendo el recuerdo de aquella chiquilla, de ojos dulces y carita alegre, con la que fue acompañándose en su soledad y en la lejanía (fue a estudiar a Estados Unidos).
Los padres de Fabián eran “un ejemplo de pareja” y parecían quererse por encima de todo. No había roces ni reproches. La madre era toda dedicación hacia su esposo; lo tenía en un altísimo pedestal al que no siempre accedían los hijos. Siempre se soslayó que papá bebía en exceso. Tampoco era tema que se pudiera abordar el que pasara temporadas largas sin trabajar, amparado en la fortuna que el abuelo había dejado a mamá.
Desde niño, Fabián destacó por su buen comportamiento. Buen alumno, siempre atento a no crear problemas, para nadie fue sorpresa que se graduara con honores y que pronto estuviera en un puesto destacado de una empresa internacional.
Lo que sí fue sorpresa para Elisa fue que, de pronto, en una de las visitas de Fabián al Perú, apareciera su casi olvidado amigo del colegio, llenándola de invitaciones y atenciones que contrastaban con lo que solía recibir de los varones que la habían invitado. Definitivamente, Fabián era una suerte de “caballero de otros tiempos".
Para Fabián, había llegado el momento de elegir esposa y quien mejor que su adorada Elisa. Pensó que ella podría ocupar el lugar de compañera para toda la vida.
Si bien Elisa no había tenido en tan elevado lugar en sus afectos a Fabián, muy pronto quedó fascinada por alguien que pudiera sentir por ella lo que él no dejaba de expresar. Esto, sumado a los títulos y la seguridad económica que le ofrecía…
Elisa no dudó ni un instante en aceptar casarse con él tres meses después.
Se fueron a vivir al extranjero, cambiando cada tanto de residencia, debido al trabajo de Fabián. Así, estuvieron en África, Europa y otros lugares, tan prendados el uno del otro que no se dieron cuenta que el tiempo pasaba y no tenían hijos (ni familia cercana que se los hiciera notar).
Fabián no dejaba de rodearla de comodidades. No había nada que Elisa expresara como deseo que Fabián no satisficiera de inmediato. Como quiera que no terminaran de arraigar en ningún lugar, poco a poco se llegaron a tener sólo el uno al otro. Fabián más que ella, ya que no era de hacer amistades, y en estos cambios de residencia era como si no hubiera "nada que dejar", nada podía faltarle si estaba Elisa.
Una mañana, de pronto, una sensación horrenda de vacío inundó a Elisa. Una angustia intensa le recorrió las entrañas y anidó en su pecho restándole el aire, entre palpitaciones galopantes. Se sintió morir. No podía explicarse la razón… Todo estaba como siempre y, más aún, acababan de nombrar a Fabián para un cargo del más alto nivel.
Una sensación de pequeñez y tristeza le hizo ver un entorno de soledad, con matices de cárcel dorada, de desarraigo de sí misma. Todos estos años había sido muy feliz disfrutando del amor de Fabián... pero, se preguntó: ¿había sido realmente feliz?
El desasosiego no cedió en semanas hasta que logró convencer a Fabián de que necesitaba ir a un médico. Pensaba que tal vez era una menopausia anticipada. A sus 40 años podía ser... se habían dado casos… pero el ginecólogo opinó que la consulta pertinente era con un psiquiatra o un terapeuta.
Muy pronto, en el consultorio de un psicoterapeuta, se dio cuenta de que en todos estos años se había convertido en la sombra de Fabián, en la señora de... y que, en medio de todo, siempre había existido este vacío que hoy reventaba en sus entrañas, algo que no encajaba pero que no había podido ver... o que, más bien, no había querido ver. Se había dejado envolver por la fascinación de Fabián y juntos habían construido una burbuja grandiosa, exaltando las cosas que vivían.
Pronto se fue dando cuenta de que, en realidad, cubría una necesidad de Fabián, quien se satisfacía tan sólo con su presencia. En realidad, ella, como persona, no había tenido mucho lugar. Es más, no había tenido tiempo para conocer realmente a este hombre que, de pronto, le parecía un extraño.
Fue un brusco despertar a una realidad dolorosa. Descubrió que tenía una deuda pendiente consigo misma. Necesitaba encontrarse. Se sentía como una extraña y eso removía las brasas de una angustia y una conciencia de vacío crecientes.
Pidió a Fabián que le permitiera visitar a sus padres, que aún vivían en Lima. Fabián cedió, pero a regañadientes.
Nada más llegando a Lima las angustias desaparecieron y sólo reaparecían al momento de pensar en volver junto a Fabián. No le quiso escribir ni contestar las llamadas. Un abismo se abría entre los dos. Entonces, supo que debía separarse para poder ser, no sabía qué o quien, pero la idea la llegaba a obsesionar: debía separarse...
Recomenzó un nuevo proceso terapéutico reconociendo la levedad de su existencia. Había vivido esos años del matrimonio al amparo de una fascinación grandiosa. Sostenida por la mirada de Fabián, había logrado mantener a distancia el fantasma de una serie de traumas infantiles entre los que resaltaba la ominosa sensación de no haber sido mirada por su madre.
Que alguien se fijara en ella -de la manera en que lo hizo Fabián- instaló el hechizo... pero no hubo tiempo para instalar su propia mirada, instalarse en el vínculo desde su propio deseo.
Pudo jugar el rol complementario por un tiempo, hasta que el registro de lo insustancial, el vacío escondido de su incompletud personal pudo mostrarse con la fuerza de quien respira por primera vez o reacciona ante la sensación de una muerte inminente.
Suele ser muy duro aterrizar luego de la ruptura de un vínculo idealizado, en el que se creía que "todo era perfecto" en la vida de pareja. Más que el despertar de un sueño, todo empieza a parecer una pesadilla, "¿como fue que llegué a esto?" se pregunta uno sin cesar.
Se moviliza mucha angustia. De pronto surgen afectos contrarios desbordados, rabias y desconcierto, la sensación de caer en el vacío, en la confusión y en actuaciones que jamás imaginaríamos ser capaces de hacer, más aún habiéndonos sentido tan favorecidos por el destino perfecto que nos tocó en suerte. Se siente uno engañado por el otro, por la vida... hasta que se da cuenta que es uno mismo quien se engañó.
Todo se vuelve extraño y el ser amado hasta ayer pasa también a esa categoría. Algunas parejas se aferran aún más, tratando de negar el espanto de lo sentido. Separarse les resulta horrendo, no pueden cortar el cordón umbilical que los une sin sentir el frío espantoso de un desamparo mortal.
En la mayoría de los casos, la gente procesa la idealización propia de su enamoramiento inicial y logra una relación normal, con errores y aciertos, con pérdidas y recuperaciones. La idealización sólo permite un desarrollo parcial: si no es ideal, no es. La otra persona sólo tiene lugar como una extensión de sí mismo. No hay vínculo real.
El trasfondo de esta situación suele ser que ambos partícipes, de este tipo de emparejamiento, tratan de poner distancia a situaciones dolorosas del pasado, a experiencias tempranas que han dejado hondas huellas de vacío. Sienten que la realidad es siempre una amenaza dolorosa que hay que eludir.
Aún los recursos aportados por una inteligencia y talentos apropiados pueden configurar (en estas parejas) una organización que los psicoanalistas denominan "maníaca": ellos están por encima de todo. El costo: una parte importante de su existencia como personas no puede integrarse. Transcurren en la vida “divididos”.
No pueden elaborar duelos o pérdidas sin riesgos de una profunda depresión o quiebre personal. Por eso es que se aferran tan dramáticamente cuando las posibilidades de separación se van haciendo inevitables. Paradójicamente, la opción es poder tener una vida plena y real, humana en el mejor sentido. El incentivo es poder integrar el dolor propio de la vida como el dolor del parto de sí mismos.
A veces, esta nueva vida es impensable sin una asistencia terapéutica. Otras veces, el sacudón permite a la pareja reencontrarse en esta nueva realidad y descubrir que aún vale la pena seguir juntos. Hay que tener mucha valentía para hacerlo. Pero ¿de qué otra manera cobra sentido nuestra existencia si no logramos la plenitud de ser? No podemos eternizar una existencia basada en el temor al desamparo.
Tarde o temprano las formas en que nos defendemos nos son insuficientes, como si estuviéramos en aquella película "El Show de Truman", donde todo es artificial, sin tiempo y sin matices, atrapados en un papel que tenemos que representar y... sin siquiera saber que lo estamos haciendo, lo que ya implica un cierto margen de locura en la situación... Alguna vez algo falla... y hay que despertar.
El primer paso en el camino del cambio está dado por reconocer la realidad de lo que se está viviendo; sacar conclusiones sobre lo que cada uno aporta para que las cosas se den así, partiendo de que no hay víctima ni victimario. Simplemente, existe una relación idealizada que necesita devenir en real. Cada uno estuvo perdiendo una parte importante de su propia realidad. Esta era la cuota indispensable para sostener el nivel idealizado.
Suele ocurrir, sin embargo, que en algún momento, uno se da cuenta de que "algo falta", hasta que descubre que lo que falta es uno mismo.
Los padres de Fabián eran “un ejemplo de pareja” y parecían quererse por encima de todo. No había roces ni reproches. La madre era toda dedicación hacia su esposo; lo tenía en un altísimo pedestal al que no siempre accedían los hijos. Siempre se soslayó que papá bebía en exceso. Tampoco era tema que se pudiera abordar el que pasara temporadas largas sin trabajar, amparado en la fortuna que el abuelo había dejado a mamá.
Desde niño, Fabián destacó por su buen comportamiento. Buen alumno, siempre atento a no crear problemas, para nadie fue sorpresa que se graduara con honores y que pronto estuviera en un puesto destacado de una empresa internacional.
Lo que sí fue sorpresa para Elisa fue que, de pronto, en una de las visitas de Fabián al Perú, apareciera su casi olvidado amigo del colegio, llenándola de invitaciones y atenciones que contrastaban con lo que solía recibir de los varones que la habían invitado. Definitivamente, Fabián era una suerte de “caballero de otros tiempos".
Para Fabián, había llegado el momento de elegir esposa y quien mejor que su adorada Elisa. Pensó que ella podría ocupar el lugar de compañera para toda la vida.
Si bien Elisa no había tenido en tan elevado lugar en sus afectos a Fabián, muy pronto quedó fascinada por alguien que pudiera sentir por ella lo que él no dejaba de expresar. Esto, sumado a los títulos y la seguridad económica que le ofrecía…
Elisa no dudó ni un instante en aceptar casarse con él tres meses después.
Se fueron a vivir al extranjero, cambiando cada tanto de residencia, debido al trabajo de Fabián. Así, estuvieron en África, Europa y otros lugares, tan prendados el uno del otro que no se dieron cuenta que el tiempo pasaba y no tenían hijos (ni familia cercana que se los hiciera notar).
Fabián no dejaba de rodearla de comodidades. No había nada que Elisa expresara como deseo que Fabián no satisficiera de inmediato. Como quiera que no terminaran de arraigar en ningún lugar, poco a poco se llegaron a tener sólo el uno al otro. Fabián más que ella, ya que no era de hacer amistades, y en estos cambios de residencia era como si no hubiera "nada que dejar", nada podía faltarle si estaba Elisa.
Una mañana, de pronto, una sensación horrenda de vacío inundó a Elisa. Una angustia intensa le recorrió las entrañas y anidó en su pecho restándole el aire, entre palpitaciones galopantes. Se sintió morir. No podía explicarse la razón… Todo estaba como siempre y, más aún, acababan de nombrar a Fabián para un cargo del más alto nivel.
Una sensación de pequeñez y tristeza le hizo ver un entorno de soledad, con matices de cárcel dorada, de desarraigo de sí misma. Todos estos años había sido muy feliz disfrutando del amor de Fabián... pero, se preguntó: ¿había sido realmente feliz?
El desasosiego no cedió en semanas hasta que logró convencer a Fabián de que necesitaba ir a un médico. Pensaba que tal vez era una menopausia anticipada. A sus 40 años podía ser... se habían dado casos… pero el ginecólogo opinó que la consulta pertinente era con un psiquiatra o un terapeuta.
Muy pronto, en el consultorio de un psicoterapeuta, se dio cuenta de que en todos estos años se había convertido en la sombra de Fabián, en la señora de... y que, en medio de todo, siempre había existido este vacío que hoy reventaba en sus entrañas, algo que no encajaba pero que no había podido ver... o que, más bien, no había querido ver. Se había dejado envolver por la fascinación de Fabián y juntos habían construido una burbuja grandiosa, exaltando las cosas que vivían.
Pronto se fue dando cuenta de que, en realidad, cubría una necesidad de Fabián, quien se satisfacía tan sólo con su presencia. En realidad, ella, como persona, no había tenido mucho lugar. Es más, no había tenido tiempo para conocer realmente a este hombre que, de pronto, le parecía un extraño.
Fue un brusco despertar a una realidad dolorosa. Descubrió que tenía una deuda pendiente consigo misma. Necesitaba encontrarse. Se sentía como una extraña y eso removía las brasas de una angustia y una conciencia de vacío crecientes.
Pidió a Fabián que le permitiera visitar a sus padres, que aún vivían en Lima. Fabián cedió, pero a regañadientes.
Nada más llegando a Lima las angustias desaparecieron y sólo reaparecían al momento de pensar en volver junto a Fabián. No le quiso escribir ni contestar las llamadas. Un abismo se abría entre los dos. Entonces, supo que debía separarse para poder ser, no sabía qué o quien, pero la idea la llegaba a obsesionar: debía separarse...
Recomenzó un nuevo proceso terapéutico reconociendo la levedad de su existencia. Había vivido esos años del matrimonio al amparo de una fascinación grandiosa. Sostenida por la mirada de Fabián, había logrado mantener a distancia el fantasma de una serie de traumas infantiles entre los que resaltaba la ominosa sensación de no haber sido mirada por su madre.
Que alguien se fijara en ella -de la manera en que lo hizo Fabián- instaló el hechizo... pero no hubo tiempo para instalar su propia mirada, instalarse en el vínculo desde su propio deseo.
Pudo jugar el rol complementario por un tiempo, hasta que el registro de lo insustancial, el vacío escondido de su incompletud personal pudo mostrarse con la fuerza de quien respira por primera vez o reacciona ante la sensación de una muerte inminente.
Suele ser muy duro aterrizar luego de la ruptura de un vínculo idealizado, en el que se creía que "todo era perfecto" en la vida de pareja. Más que el despertar de un sueño, todo empieza a parecer una pesadilla, "¿como fue que llegué a esto?" se pregunta uno sin cesar.
Se moviliza mucha angustia. De pronto surgen afectos contrarios desbordados, rabias y desconcierto, la sensación de caer en el vacío, en la confusión y en actuaciones que jamás imaginaríamos ser capaces de hacer, más aún habiéndonos sentido tan favorecidos por el destino perfecto que nos tocó en suerte. Se siente uno engañado por el otro, por la vida... hasta que se da cuenta que es uno mismo quien se engañó.
Todo se vuelve extraño y el ser amado hasta ayer pasa también a esa categoría. Algunas parejas se aferran aún más, tratando de negar el espanto de lo sentido. Separarse les resulta horrendo, no pueden cortar el cordón umbilical que los une sin sentir el frío espantoso de un desamparo mortal.
En la mayoría de los casos, la gente procesa la idealización propia de su enamoramiento inicial y logra una relación normal, con errores y aciertos, con pérdidas y recuperaciones. La idealización sólo permite un desarrollo parcial: si no es ideal, no es. La otra persona sólo tiene lugar como una extensión de sí mismo. No hay vínculo real.
El trasfondo de esta situación suele ser que ambos partícipes, de este tipo de emparejamiento, tratan de poner distancia a situaciones dolorosas del pasado, a experiencias tempranas que han dejado hondas huellas de vacío. Sienten que la realidad es siempre una amenaza dolorosa que hay que eludir.
Aún los recursos aportados por una inteligencia y talentos apropiados pueden configurar (en estas parejas) una organización que los psicoanalistas denominan "maníaca": ellos están por encima de todo. El costo: una parte importante de su existencia como personas no puede integrarse. Transcurren en la vida “divididos”.
No pueden elaborar duelos o pérdidas sin riesgos de una profunda depresión o quiebre personal. Por eso es que se aferran tan dramáticamente cuando las posibilidades de separación se van haciendo inevitables. Paradójicamente, la opción es poder tener una vida plena y real, humana en el mejor sentido. El incentivo es poder integrar el dolor propio de la vida como el dolor del parto de sí mismos.
A veces, esta nueva vida es impensable sin una asistencia terapéutica. Otras veces, el sacudón permite a la pareja reencontrarse en esta nueva realidad y descubrir que aún vale la pena seguir juntos. Hay que tener mucha valentía para hacerlo. Pero ¿de qué otra manera cobra sentido nuestra existencia si no logramos la plenitud de ser? No podemos eternizar una existencia basada en el temor al desamparo.
Tarde o temprano las formas en que nos defendemos nos son insuficientes, como si estuviéramos en aquella película "El Show de Truman", donde todo es artificial, sin tiempo y sin matices, atrapados en un papel que tenemos que representar y... sin siquiera saber que lo estamos haciendo, lo que ya implica un cierto margen de locura en la situación... Alguna vez algo falla... y hay que despertar.
El primer paso en el camino del cambio está dado por reconocer la realidad de lo que se está viviendo; sacar conclusiones sobre lo que cada uno aporta para que las cosas se den así, partiendo de que no hay víctima ni victimario. Simplemente, existe una relación idealizada que necesita devenir en real. Cada uno estuvo perdiendo una parte importante de su propia realidad. Esta era la cuota indispensable para sostener el nivel idealizado.
Suele ocurrir, sin embargo, que en algún momento, uno se da cuenta de que "algo falta", hasta que descubre que lo que falta es uno mismo.
1 comentario:
Muy buen artículo, la idealización de una relación puede ser trágica, y nociva para ambas partes, tanto para la parte que se sintió utilizada como para la parte que se sintió manipulada...
aunque no solo en este tipo de escenario se dan estos fénomenos, también se dan en relaciones donde el hombre cumple un rol sobre proteccionista, y la mujer siente que está siendo utilizada.
Mientras que el hombre, siente que ha dado mucho a su esposa, novia o amante, esta siente que ha sido manipulada...
muy buen artículo... saludos
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