Esa muerte súbita, la que no avisa, la que aparece artera y arranca la vida sin preguntar, se ha llevado a mi amigo. Anoche lo comprobé. Estaba echado entre cirios y muchas, muchísimas flores; entre olores de incienso que con profundo aprecio y dolor íbamos encendiendo los que estuvimos a despedirlo, uniéndonos en el ritual de sus ancestrales costumbres japonesas.
Ofrendas "para el viaje", alimentos y bebidas, pero más que nada ese alimento tan valorado por él, como era la solidaridad ante el duelo, se trate de quien se trate. Seguro que, en medio de tantísimas presencias compungidas, con sorpresa habría dicho "¡anda!", como no terminando de enterarse que tanta gente lo quisiera así.
Mientras iba a su velatorio recordaba una anécdota que me contó alguna vez: un día, llegando a su casa, vio que enfrente había un velorio. Era una familia a la que no conocía. Sin dudarlo, se presentó a expresar su solidaridad en el momento difícil de su vecino. "Mi padre decía que uno no debe faltar, ni en la muerte, ni en el matrimonio...", me dijo.
Y ahora le tocaba a él; no iba a fallarle. Nunca más tendríamos la oportunidad de ir a pescar juntos, cosa que tantas veces habíamos dejado para después; pero esta cita no tenía atenuantes. Además, necesitaba verlo, darle el adiós, el "hasta siempre", comprobar que era cierto... mirarlo en el rostro incrédulo de todos los que estábamos allí, impotentes en ese silencio que grita "es cierto", mientras se ahoga la pena.
"Alfredito", como siempre lo trataba, me trataba de usted; es más, me decía "Don Pedro", con esa solemnidad oriental que aprendí a conocer con los años, esa forma tan particular de valorar la amistad y expresar el aprecio. En los últimos años nos veíamos muy poco, pero ambos sabíamos que estaba pendiente el sentarnos a compartir "un pescadito", tal vez en medio del hallazgo entusiasmado de algún lugar que nos gustó y que queríamos compartir con el amigo.
Tenía una delicada manera de ser solidario sin hacerlo sentir; nunca lo vi indiferente a la adversidad de la gente, cercana o no, especialmente la humilde, siempre dispuesto a ayudar de manera desinteresada.
Hombre generoso y desprendido, alguna vez se identificó con los esfuerzos de mi hija por superarse en un deporte tan exigente como lo es el tennis (que él practicaba muy a su manera), contribuyendo espontáneamente a que pudiera foguearse en otros horizontes. Nunca aceptó nada que se parezca a una retribución, salvo el calor de la amistad. Más que agradecerle el gesto, creo que guardaré siempre las señales de su ejemplo y la certidumbre de que existen hombres como él.
En esta hora de duelo, deseo refrendar sus valores. En un homenaje, a manera de epitafio, puedo agregar que era en extremo honesto, viviendo con intensidad su naturaleza de padre, con distancias y cercanías que hacían espacio al reconocimiento de posibles errores. Sabio a la hora de reconocer que nada forzado rinde frutos, dejaba suficiente lugar para que cada uno de sus hijos encuentre su propia talla.
Siempre estuvo abierto a declinar sus propias expectativas e ilusiones, como expresión de su respeto por el otro. A pocas personas he escuchado reflexiones tan sabias como a Alfredito, las tantas veces que conversábamos sobre la aventura común de ser padres. Como esposo, doy testimonio de su fidelidad conviccional, expuesto a la dura prueba de la convivencia a distancia, circunstancias en las que pude observar la solidez de sus principios, mientras sublimaba su soledad con el canto, el tennis, el cuidado de las plantas, el trabajo... y ese lugar especial que tenía para la amistad.
Creo que lo vivido a su lado ha calado muy hondo, como para no sentir tanto la pérdida, sé que algo de él subsistirá para siempre en mi recuerdo, porque nos dimos sin retaceo, lo poco o mucho que nos dimos. Pronto estará pescando en otros mares. Si es así, si existe otra vida, me gustaría reencontrar a Alfredito, compartir alguna quimera que nos permita disfrutar de esa sabiduría que nace de la amistad.
Ofrendas "para el viaje", alimentos y bebidas, pero más que nada ese alimento tan valorado por él, como era la solidaridad ante el duelo, se trate de quien se trate. Seguro que, en medio de tantísimas presencias compungidas, con sorpresa habría dicho "¡anda!", como no terminando de enterarse que tanta gente lo quisiera así.
Mientras iba a su velatorio recordaba una anécdota que me contó alguna vez: un día, llegando a su casa, vio que enfrente había un velorio. Era una familia a la que no conocía. Sin dudarlo, se presentó a expresar su solidaridad en el momento difícil de su vecino. "Mi padre decía que uno no debe faltar, ni en la muerte, ni en el matrimonio...", me dijo.
Y ahora le tocaba a él; no iba a fallarle. Nunca más tendríamos la oportunidad de ir a pescar juntos, cosa que tantas veces habíamos dejado para después; pero esta cita no tenía atenuantes. Además, necesitaba verlo, darle el adiós, el "hasta siempre", comprobar que era cierto... mirarlo en el rostro incrédulo de todos los que estábamos allí, impotentes en ese silencio que grita "es cierto", mientras se ahoga la pena.
"Alfredito", como siempre lo trataba, me trataba de usted; es más, me decía "Don Pedro", con esa solemnidad oriental que aprendí a conocer con los años, esa forma tan particular de valorar la amistad y expresar el aprecio. En los últimos años nos veíamos muy poco, pero ambos sabíamos que estaba pendiente el sentarnos a compartir "un pescadito", tal vez en medio del hallazgo entusiasmado de algún lugar que nos gustó y que queríamos compartir con el amigo.
Tenía una delicada manera de ser solidario sin hacerlo sentir; nunca lo vi indiferente a la adversidad de la gente, cercana o no, especialmente la humilde, siempre dispuesto a ayudar de manera desinteresada.
Hombre generoso y desprendido, alguna vez se identificó con los esfuerzos de mi hija por superarse en un deporte tan exigente como lo es el tennis (que él practicaba muy a su manera), contribuyendo espontáneamente a que pudiera foguearse en otros horizontes. Nunca aceptó nada que se parezca a una retribución, salvo el calor de la amistad. Más que agradecerle el gesto, creo que guardaré siempre las señales de su ejemplo y la certidumbre de que existen hombres como él.
En esta hora de duelo, deseo refrendar sus valores. En un homenaje, a manera de epitafio, puedo agregar que era en extremo honesto, viviendo con intensidad su naturaleza de padre, con distancias y cercanías que hacían espacio al reconocimiento de posibles errores. Sabio a la hora de reconocer que nada forzado rinde frutos, dejaba suficiente lugar para que cada uno de sus hijos encuentre su propia talla.
Siempre estuvo abierto a declinar sus propias expectativas e ilusiones, como expresión de su respeto por el otro. A pocas personas he escuchado reflexiones tan sabias como a Alfredito, las tantas veces que conversábamos sobre la aventura común de ser padres. Como esposo, doy testimonio de su fidelidad conviccional, expuesto a la dura prueba de la convivencia a distancia, circunstancias en las que pude observar la solidez de sus principios, mientras sublimaba su soledad con el canto, el tennis, el cuidado de las plantas, el trabajo... y ese lugar especial que tenía para la amistad.
Creo que lo vivido a su lado ha calado muy hondo, como para no sentir tanto la pérdida, sé que algo de él subsistirá para siempre en mi recuerdo, porque nos dimos sin retaceo, lo poco o mucho que nos dimos. Pronto estará pescando en otros mares. Si es así, si existe otra vida, me gustaría reencontrar a Alfredito, compartir alguna quimera que nos permita disfrutar de esa sabiduría que nace de la amistad.
2 comentarios:
Si hablamos de la misma persona Alfredo Nobuhide Yagi Yagi, estoy de acuerdo contigo, una persona honorable, respetuosa e inteligente. Saber de su muerte me entristece, y me hace pensar porque personas como el se van tan rapido, solamente agradecerle por haberme dado trabajo y haber confiado en mi, nunca voy a olvidar al Nisan Yagi como lo llamabamos, una persona carismatica con muy buenos valores, haber trabajado para el en Jimmy's por mucho tiempo puedo decir que nunca lo voy a olvidar, siempre va a estar en mi .
Aunque no lo conocí personalmente, estoy segura que no se equivoca al describirle, pues veo en su legado ese espíritu inquebrantable.
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