Camino al consultorio -una de estas frías mañanas otoñales en las que uno siente que hubiera querido estirar un poco la noche- ya en medio de los atoros propios del tránsito limeño, de pronto me llama la atención una de esas frases que algunos microbuseros pintan en la parte posterior de sus vehículos: “El esfuerzo de mi padre”.
He visto antes cosas escritas en micros, camiones y ómnibus pero, por alguna razón, esta expresión me dejó pensando. Digamos que me movió el tema de la gratitud.
Creo que andaba un poco sensibilizado, desde mi lugar de padre, con los esfuerzos que uno hace por sostener un hogar, por apoyar a los hijos, por respetar “sus tiempos”, por esperar verlos hacerse fuertes y enfrentar la vida con luz propia. No resulta fácil tolerar el riesgo de que los atrape la vacuidad de la vida moderna, con el sentimiento de que todo se lo merecen “porque sí”, que no desarrollen el sentimiento de gratitud.
Una de las cosas que quisiera siempre encontrar es la gratitud, pero por razones muy diferentes a las simplemente emotivas. La gratitud implica reconocimiento del otro, implica alteridad, conlleva ineludiblemente una dosis de humildad, ingrediente importante, básico, para desarrollarse con posibilidades de identificarse positivamente con los demás, para prevalecer en el amor, en el buen deseo, en la solidaridad.
Sin gratitud no hay reconocimiento de nuestra necesidad de los demás, quedamos encerrados en nosostros mismos; no hay amistad verdadera, el vínculo se convierte en una simple transacción utilitaria. La gratitud es el antídoto ideal contra la envidia, mal que lamentablemente nos agobia en nuestra sociedad limeña.
¿Se aprende la gratitud? ¿Hay manera de enseñarla a nuestros hijos?
Una de las cosas que recuerdo de mi infancia es el enojoso “¿qué se dice...?” con que nos marcaban las pautas en casa. Aprendí a decir “gracias” y hubo otras reglas del buen comportamiento que rápidamente asimilé ya que era un muchachito muy “comedido” (como solía decir mi abuela). A lo largo de mi vida, hice mucho por corresponder a lo que se esperaba de mí. Felizmente no quedé atrapado en las redes del sometimiento ni tampoco en las de la rebeldía.
Pero ciertamente no fue por aquellas enseñanzas que nació en mí la posibilidad de sentir gratitud por los demás. Creo que eso provino básicamente de ir percibibiendo el cariño o la buena intención de mis padres, de mi abuela, de los tíos, de mis hermanos. Pero muy especialmente de mi padre, hombre noble, trabajador, a quien guardo especial gratitud por sus múltiples ejemplos de integridad.
Nunca hubo en casa chantajes afectivos, buscadores de una “devolución”. No se escuchaba decir: “yo te dí, entonces tienes que devolverme”. Lo que se diera o no tenía que ser auténtico, de adentro. Con libertad para equivocarse, con tiempo, pero con límites para darse cuenta. Por cierto no todo fue ideal. Hubo, también, desencuentros y contrasentidos; choques y rivalidades, que felizmente no fueron lo que prevaleció.
Hay personas y experiencias que cuesta más entender y tarda uno mucho más en registrar motivos de gratitud para con ellos. Por eso, siempre es bueno echar una mirada hacia atrás, con ojos de alquimista moderno. En algun momento se da uno cuenta que mucha gente nos ha ayudado, hasta con los errores que cometieron con nosotros, hasta con sus malevolencias, con sus intentos de dominarnos o de someternos a sus necesidades.
Esto es particularmente importante ya que, si antes hablábamos de la gratitud como gestora de identificaciones saludables, en este caso se trata de alejarnos del riesgo de identificaciones anómalas, aquellas que generan resentimiento, que es una forma de quedarse “pegado” a quien nos hizo daño. Esto es totalmente opuesto a la amalgama estructurante que genera la gratitud.
El resentimiento, el rencor o los deseos de venganza son una forma de identificación con el agresor y, en ese clima afectivo, a la larga sólo cultivaremos amargura y soledad. Más bien tratemos de entender, de aprender de las motivaciones de quienes nos movieron estos sentimientos, pero con la distancia suficiente para que predomine la comprensión y no nos atrape la reacción. No se trata de seguir con ellos, tampoco de alejarnos, se trata tan sólo de mantener nuestra diferencia, aprender que no somos ni mejores ni peores, simplemente diferentes.
Hay personas que no toleran recibir favores o atenciones, son aquellas que se apresuran a “devolver”, son las que están marcadas por la enseñanza aquella del “¿qué se dice...?”. En ellas prevalece el sentimiento del deber (en su doble sentido), lo que obliga a una respuesta pronta, a no quedarse “en deuda”. Las deudas de gratitud no terminan nunca, son gratas (de allí lo de “gratitud”), no nos atormentan, pueden esperar su momento para expresarse (el cual ciertamente, también, puede ser ya mismo).
En otras ocasiones, la “devolución” corre el riesgo de distorsionarse, deslizándose en un terreno de competencia, tratando de demostrarle al otro que “yo lo puedo hacer mejor”. En el terreno de lo amical puede llegar a una resultante agradable, pero siempre en esta vertiente flota la posibilidad de ahogar lo esencial, la gratitud se nutre más en el mundo de lo simple, del gesto sencillo.
Sugerencias:
- Cuidémonos del sentimiento de que todo nos lo merecemos.
- La única manera de inculcar la gratitud es practicándola.
- La gratitud no se puede exigir, aún si no se nos expresa. Confiemos en que alguna vez las personas puedan sentirla.
- Cultivemos en familia el reconocimiento de los valores que nuestros ancestros nos legaron.
- Si bien la gratitud se nutre en el silencio, no está demás expresarla cuantas veces podamos. Sin asfixiar, por supuesto.
- La expresión “no tienes por qué”, del ritual social, denota la gratuidad de la gratitud.
- La gratitud hacia nuestros maestros la compartimos con nuestros discípulos.
- La gratitud no concilia bien con el orgullo. Es la humildad quien la sostiene.
- La gratitud supone reconocimiento, pero no dependamos de ello para seguir siendo nosotros mismos.
- La ingratitud puede doler, pero evitemos que destruya nuestra esencia generosa.
2 comentarios:
Hay veces que, al menos a mi, me resulta dificil mostrar gratitud en un mundo tan hostil, vas acelerado, en guardia por si el próximo ataque y alguna vez los buenos gestos se me escapan. Puede sonar a excusa barata, es cierto, creo que el problema es que la gratitud a menudo es confundida con debilidad, por eso a veces da miedo mostrarla.
Vaya rollo que he he soltado...
Me gustó el blog, seguiré leyendo.
Saludos
Es cierto que vivimos a la defensiva y que, de alguna manera el fárrago en que nos movemos hace difícil mostrar generosidad. Si partimos por agradecer el estar vivos cada día, de repente nos es más facil regalar sonrisas a los demás. Muy pronto nos daremos cuenta que esas sonrisas generan reflejos similares en quienes las reciben, es la naturaleza que fluye y estimula lo amical y confiable. El rostro adusto, severo o desconfiado no recoge el mismo premio.
Me ha gustado que me escribas, quiero agradecértelo de corazón, agregando que "soltar el rollo" de vez en cuando aligera la tensión. Cada vez más en la vida doy valor al poder ser sincero...y humilde, reitero: gracias! ojalá siempre hagas algún comentario, me hará saber que alguien lo lee y le es útil, eso me estimula a seguir escribiendo.
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