Hace poco, en una reunión de "tías", para variar, se hablaba de los hijos; alguien contó de unos padres que les daban de todo a sus dos hijos, incluso los acababan de llevar de viaje con sus enamoradas a una playa caribeña.
El asunto es que esta pareja no es que nadara en la abundancia; el padre se había envuelto en deudas que difícilmente iba a poder cubrir. Para colmo de males, el segundo de los hijos parecía no entender nada del esfuerzo del padre. Apenas de regreso, le había pedido plata a papá y al recibir "sólo cincuenta soles, que no alcanzan para nada…", poco menos que se los termina tirando, retirándose furioso.
Se armaron dos bandos. Había quienes decían que el único problema era que se estaban extralimitando en sus posibilidades pero que, si uno tiene, ¿por qué no darles todo lo que quieran? Otro grupo, en cambio, opinaba que a los hijos no hay que darles sino lo estrictamente necesario porque, de otra manera, se malacostumbran y el mejor ejemplo era el de este muchacho "malcriado" que le exigía de mala manera la plata al padre.
En principio, observemos a estos padres, extremadamente sacrificados por sus hijos, incapaces de sostener los límites dentro de la realidad. Si ellos son así, qué se puede esperar de los hijos. No olvidemos que nuestros hijos son una medida del ejemplo con que los hemos educado.
Es necesario, imprescindible, ayudar a nuestros hijos a conocer de nuestras limitaciones y de las suyas propias. Necesitamos darles cariño y satisfacciones pero también cierta frustración que los aliente a postergar, adecuarse o resolver por sí mismos los apremios de sus necesidades en la medida en que estén en capacidad para hacerlo.
En el grupo aludido, no pocas mamás eran partidarias de darles lo que les pidan, incluso alguien entendía como mezquino el no hacerlo. Tengamos presente que la satisfacción irrestricta lleva al sentimiento de que "todo se lo merecen" y que no tienen que hacer nada para obtenerlo. A veces, por ese motivo, ni siquiera lo agradecen.
Es importante transmitir a los hijos el valor de las cosas. La facilidad en recibir los lleva a una dificultad futura por luchar para obtener sus objetivos. En el peor de los casos se favorece una dependencia que los pone en riesgo de un consumo adictivo. Los límites, además, deben estar sostenidos por un sentimiento de justicia. No a todos los hijos se les debe o puede dar por igual; ellos necesitan reconocer y aceptar las diferencias. En esto, los padres necesitamos manejarnos sin culpas. Es necesario que nuestros hijos nos puedan reconocer como justos y esto no es gratuito: hay que serlo.
El asunto es que esta pareja no es que nadara en la abundancia; el padre se había envuelto en deudas que difícilmente iba a poder cubrir. Para colmo de males, el segundo de los hijos parecía no entender nada del esfuerzo del padre. Apenas de regreso, le había pedido plata a papá y al recibir "sólo cincuenta soles, que no alcanzan para nada…", poco menos que se los termina tirando, retirándose furioso.
Se armaron dos bandos. Había quienes decían que el único problema era que se estaban extralimitando en sus posibilidades pero que, si uno tiene, ¿por qué no darles todo lo que quieran? Otro grupo, en cambio, opinaba que a los hijos no hay que darles sino lo estrictamente necesario porque, de otra manera, se malacostumbran y el mejor ejemplo era el de este muchacho "malcriado" que le exigía de mala manera la plata al padre.
En principio, observemos a estos padres, extremadamente sacrificados por sus hijos, incapaces de sostener los límites dentro de la realidad. Si ellos son así, qué se puede esperar de los hijos. No olvidemos que nuestros hijos son una medida del ejemplo con que los hemos educado.
Es necesario, imprescindible, ayudar a nuestros hijos a conocer de nuestras limitaciones y de las suyas propias. Necesitamos darles cariño y satisfacciones pero también cierta frustración que los aliente a postergar, adecuarse o resolver por sí mismos los apremios de sus necesidades en la medida en que estén en capacidad para hacerlo.
En el grupo aludido, no pocas mamás eran partidarias de darles lo que les pidan, incluso alguien entendía como mezquino el no hacerlo. Tengamos presente que la satisfacción irrestricta lleva al sentimiento de que "todo se lo merecen" y que no tienen que hacer nada para obtenerlo. A veces, por ese motivo, ni siquiera lo agradecen.
Es importante transmitir a los hijos el valor de las cosas. La facilidad en recibir los lleva a una dificultad futura por luchar para obtener sus objetivos. En el peor de los casos se favorece una dependencia que los pone en riesgo de un consumo adictivo. Los límites, además, deben estar sostenidos por un sentimiento de justicia. No a todos los hijos se les debe o puede dar por igual; ellos necesitan reconocer y aceptar las diferencias. En esto, los padres necesitamos manejarnos sin culpas. Es necesario que nuestros hijos nos puedan reconocer como justos y esto no es gratuito: hay que serlo.
1 comentario:
Realmente debí leer este correo antes, pero es muy difícil ser padres cuando uno no ha tiene un referente, quisiera que escriba de relaciones entre padres y hijos jóvenes
Gracias
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