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2008/06/19 Abuelitud

Una consecuencia natural de pertenecer al “equipo” de la tercera edad es convertirse en abuelo (salvo algunos debutantes precoces que lo son sin pertenecer al equipo). Por supuesto, para que esto ocurra, previamente tiene uno que haber contribuido a la conservación de la especie; nuestros cachorros han crecido, comienzan a reproducirse y de pronto resultamos catapultados a una condición para la que no siempre estamos preparados.

En principio, se trata de algo así como nuestra graduación de “tíos” (es decir, viejos), no queda otra que aceptar el paso del tiempo con madurez y prepararse para ejercer nuestro nuevo rol con altura; porque, ser abuelo, supone una serie de acontecimientos y responsabilidades. En principio, se modifica la relación con nuestros hijos, se abren nuevos horizontes para el vínculo, profundizándolo en vez de perdiéndolo como algunos sienten. En segundo lugar, aparecen esas hermosas criaturas que son los nietos, que, más allá de molestarnos con sus berrinches, nos refrescan con su ternura, con su necesidad de protección, con su entrega total.

Solemos iniciarnos en la aventura de ser padres, llenos de inseguridades y prejuicios, llenos de ilusiones e inexperiencia. Como resultado de ello, nuestros hijos mayores nos pueden señalar con facilidad como más severos y cariñosos, sobreprotectores y restrictivos, no así los menores, quienes suelen sentir un clima de mayor libertad. Esto, siempre y cuando estemos hablando de padres comunes y corrientes. En casos de padres con caracteres estrictos o dominantes, la sensación es similar desde el primero al último. El asunto es que vamos evolucionando a medida que crecemos en experiencia. Normalmente, nos volvemos más comprensivos y tolerantes.

Todos quisiéramos volver a empezar la aventura de ser padres, con lo que ahora sabemos y, dado que ya no es posible... está la compensación de la “abuelitud”.

En la abuelitud, la persona va adoptando una posición más flexible frente a “lo que debe ser”, a “lo que se debe hacer” sobre las bases de una mayor sabiduría decantada en la experiencia de vida, que permite comprender mejor al otro, comprender mejor los tiempos que necesita cada uno.

Por otro lado, podemos pasar a ser modelos ideales, los representantes de los paradigmas familiares, la historia viva, el horizonte, la demostración tangible de lo que es posible obtener si se observa la ley (siempre y cuando no nos hayamos convertido en ejemplos a la inversa).

Los abuelos cuentan la historia de la familia, son el nexo con las generaciones que se fueron; “los que están por encima de papá”, de quien reciben expresiones de cariño y respeto; los abuelos guardan los misterios fascinantes de una vida recorrida y con todo el tiempo del mundo para compartir, ese tiempo que siempre parece faltarles a los padres en la sociedad actual.

Es importante darse cuenta que hay estructuras familiares en donde no hay lugar para la “abuelitud”. En principio, pasa cuando los abuelos se resisten a serlo, quieren mantener el dominio y el poder sobre los hijos. Interfieren en sus elecciones de pareja, en la educación de sus hijos, los descalifican con frecuencia y se las ingenian para mantenerlos en dependencia.

De esta manera, se forman resultantes en donde los nietos pasan a ser los nuevos hijos, una suerte de hermanos de sus propios padres. Los abuelos siguen siendo los PADRES.

En el fondo de esta posición suele existir un gran temor a envejecer, a la muerte, a la impotencia, a la agresión de los hijos que “les quitarían su poder y sus pertenencias”. Por tanto, se vuelven, además, tacaños y huraños; hacen una negación total de las diferencias generacionales y la resultante suele ser la presencia de hijos sumamente dependientes o adictivos, seres que a la larga no encuentran su propio lugar. Son los que, al morir el padre (que se resiste a ser abuelo), suelen “destrozar” la herencia.

Una dificultad frecuente para ejercer la “abuelitud” en la sociedad moderna la encontramos en la tendencia de las familias a la dispersión. Las migraciones en busca de nuevos horizontes y razones de trabajo, estudio, etc., abren brechas geográficas que dificultan la cercanía. La coexistencia de las tres generaciones se ve así interferida en el enriquecimiento de sus lazos; aunque, también, es cierto que los actuales medios de comunicación permiten atenuar estas dificultades.

El convertirse en abuela en cercanía de la hija que emerge a su rol de madre es particularmente importante. Permite elaborar viejos conflictos, facilitando identificaciones que ahora la nueva madre puede empezar a asimilar desde una mejor comprensión. Nadie mejor que la propia madre para asistir a su hija en los primeros momentos de su debut como mamá. La hija, en tales circunstancias, pasa por un período de especial sensibilidad que las madres pueden entender generalmente mejor que el marido. Igualmente, el nuevo hijo, el nieto, puede ser mejor sostenido entre las dos, la madre como guía, hasta que la debutante pueda sola.

En cualquiera de las circunstancias citadas, se trata de que el apoyo y la participación sean adecuados, sin invadir. De otra manera estamos en el caso del apoderamiento del lugar de la hija como madre o del hijo como padre, con los resultados que antes mencionáramos, en el caso de que se sometan o con el riesgo de que nos rechacen y nos convirtamos ya no en “los abuelitos” sino en los suegros antipáticos.

Tenemos que ser conscientes que en este tránsito a la abuelitud se nos remueven muchas cosas y no siempre positivas. Celos, rivalidades, resentimientos, incomprensiones, etc., contaminan el campo y, a veces, toma su tiempo el llegar a ocupar nuestro lugar como tales.

Una película que vi recientemente por cable ilustra una de estas posibilidades: los padres de la hija recién casada, jóvenes aún, conciben un hijo al mismo tiempo que la hija. Se resisten tanto a la aceptación del alejamiento de la hija en su nuevo rol como a declinar la paternidad en favor de la abuelitud. Niegan el paso del tiempo, repudian el estiramiento generacional, apostando por una reafirmación en la paternidad.


Sugerencias

• El ideal de funcionamiento familiar es en línea de tres generaciones. Esto no significa que tengan que vivir juntos.
• Los abuelos requieren del respeto, cariño y consideración de los hijos y los nietos. Ellos tienen un rol importante en el sostén del ideal familiar.
• El abuelo requiere ser consciente de su responsabilidad en dicho rol.
• Los abuelos aportan el balance afectivo y el sostén de sabiduría necesarios en la familia pero no deben sustituir a los padres.
• Como padres o como abuelos, necesitamos ser conscientes de nuestros rasgos de carácter que pueden acentuarse con la edad y no siempre en un sentido positivo.
• La abuelitud es una suerte de “segundo debut”, una oportunidad de corregir errores que cometimos con nuestros hijos. Empecemos por tolerar que ellos cometan sus propios errores.
• Niños y abuelos se encuentran en un momento especial de sus necesidades afectivas. Los abuelos aportan el lado sereno y contenedor, los niños la alegría natural y la curiosidad por la vida.
• Cariño no significa necesariamente regalos. Importa muchísimo más saberlos escuchar y comprender. El que Papá Noel sea un abuelo es una coincidencia comercialmente explotada que tergiversa la generosidad de los “Nonos”.
• Evite descalificar a los padres delante de sus hijos. No compita con ellos.
• No malcríe a los nietos contradiciendo los acuerdos con sus padres. Respete los límites que aquellos intentan establecer. Si tiene alguna discrepancia, dialogue con sus hijos.

Es increíble como la perspectiva de los años permite otra mirada a la paternidad de nuestros hijos. Al hacernos abuelos, nos abren las puertas de una vida más plena y más sabia; les toca a ellos luchar, ahora tenemos más tiempo para reflexionar antes que reaccionar.

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