Al presente se van reconociendo, de a pocos, las cifras de fallecidos a causa del Covid 19, oficialmente, serían más de 26,000, pero, esta cifra está en vías de ser corregida nuevamente. Se estima que la realidad de muertos es alrededor de 50,000, cifra que se deduce del notorio incremento de fallecidos desde que la pandemia nos asola y que no se ha precisado aún si ocurrieron por esta causa.
De hecho, me consta que muchas personas han fallecido por otras causas,
pero, penosamente relacionadas con la pandemia, en tanto no pudieron recibir la
atención oportuna debido al colapso de la atención hospitalaria por lo que vivieron
circunstancias similares a todo fallecido en estos tiempos, no pudiendo
velarlo, por la ordenanza de distanciamiento social.
Si estimamos un mínimo de 5 familiares por fallecido, tendremos que, en
la actualidad existen alrededor de 250,000 personas en proceso de duelo. Número
que se incrementa en relación a personas cercanas, como amigos o colegas. O,
simplemente ciudadanos sensibles a tan terrible situación.
Sería importante darnos cuenta que el actual incremento de contagios y
muertes, en mucho se debe a una suerte de negación de lo que está pasando, de
una suerte de ceguera ante la presencia del riesgo de muerte, o de la conciencia
de que lo que está ocurriendo, requiere que nos cuidemos o cuidemos a los
demás.
La situación me recuerda la época del terrorismo en que a diario moría
gente en las provincias o que mataban policías o militares, yo lo sentía como
algo distante. Recién reaccioné a esa realidad, de manera comprometida cuando
ocurrió la explosión de Tarata.
Me refiero a todo esto en función de que, un primer cuidado a tener en
cuenta, es el riesgo de negar la presencia del mal, de la amenaza de muerte en
la que nos encontramos todos. Quizás haya contribuido a ello el reporte
recortado de la cantidad de muertos, o la idea de que solo el 5% estaba en
riesgo de muerte.
Lo planteo no como una formulación de culpas o responsabilidades, si no,
relacionándolo con esos mecanismos de la mente que, por protegernos de la
afectación posible, nos hace negar la realidad con facilidad, es el primer
mecanismo que describíamos que se observa en la situación de duelo o en la
reacción ante el anuncio de la amenaza de muerte: la negación.
O sea que, de lo primero que necesitamos cuidarnos es del riesgo de
negar la realidad, de sentirla ajena a nosotros. Ocurre por ejemplo en algunas
regiones que con cierto triunfalismo mostraban una suerte de control total de
la situación: tenían pocos infectados y cero muertes. Se confiaron y no se
prepararon para lo que les vino después, habiendo tenido tiempo para ello, en
la medida que podían ver lo que les estaba pasando a los demás en el país.
En este trámite de cuidar al ser querido en riesgo de muerte, condición
en la que me encuentro, por edad, tuve una experiencia que puedo compartir:
estábamos en familia preparando sándwiches para ayudar a los grupos de
migrantes que no podían regresar a su tierra y pasaban hambre. En algún momento
nos percatamos que faltaban bolsas para los panes, me vino a la mente que los
podía encontrar en una tiendita del mercado al que solía recurrir, y, sin
pensarlo dos veces procedí a resolver el problema. Justo en un momento en que
los noticieros mostraban las aglomeraciones en los mercados como fuente de
contagio. Pero, “a mí no me iba a pasar nada si procedía con cuidado”.
Dias después, al salir el tema en una conversación con mi hija que vive
en USA, me puso cara de enojo y me soltó lo que sentía “mira papá, si estando
yo lejos y no voy a poder ayudarte o despedirte, no te perdonaría por el resto
de mi vida que encima sea a causa de tus imprudencias…” Sentí que se me
estrujaba el estómago, me estaba hablando desde el corazón, luego de un breve
silencio contrito, le prometí, me prometí, que haría todo lo posible por evitar
causarle ese dolor, ¡me iba a cuidar!
En estos previos, en la lucha por ayudar a nuestro ser querido en
riesgo, importa hacerle llegar nuestras expresiones de amor, de nuestra presencia
allí con él. Serenos y con la energía necesaria, alentando la conciencia de que
la prevención tiene que ser el primer eslabón a tener en cuenta ante el riesgo
de la muerte.
Como me referí anteriormente, la emergencia sanitaria en la que vivimos,
limita el proceso usual del duelo, no podemos acompañar a nuestro ser querido,
alentarlo en sus momentos críticos, despedirnos de él, tener un último diálogo.
Toda la ilusión puesta en nuestros esfuerzos, rezos y buenos deseos se derrumba
ante la noticia de su muerte.
Es muy posible que, además se hayan tenido que pasar por muchas penurias
por las carencias sanitarias en las que nos encontramos y contemplar con
impotencia la dramática y desesperante agonía de la insuficiencia respiratoria.
Es muy fuerte el golpe de luchar por salvarlo, no poder estar junto a él
y terminar por perderlo, tener que resignarnos a recibir sus restos en una
urna, sin poder velarlo.
Lo usual, dentro del rito social, es que familiares y amigos acompañen a
los deudos, su cercanía, abrazos y expresiones de pesar contribuyen a atenuar
el dolor.
Pero, el peligro de contagio limita a que estas expresiones se puedan
dar solo por la vía de una llamada telefónica o acaso un mensaje de correo.
Falta ese bálsamo de la presencia solidaria del familiar, del amigo, del
vecino, del compañero de labores, etc.
El duelo, parte así, con una serie de vacíos, limitado además por la
necesidad de confinamiento por el riesgo de contagio, obligando a diferir para
algún otro momento los rituales propios de la despedida.
Es posible que la persona en duelo se muestre renuente y hasta fastidiada
por los mensajes o llamadas telefónicas de familiares y amigos.
Si bien importa respetar su necesidad de distancia, es importante
persistir, cada tanto, en saludarlo, acompañarlo, de la manera que se pueda,
más aún si lo que nos anima es un sentimiento sincero y nos sabemos
significativos para él.
Importa que, en ese trámite, no forcemos el tema en cuestión y hasta lo
sigamos en una conversación evasiva o minimizante. Importa que sepa que estamos
allí, con la paciencia y la tolerancia que el afecto nos permite, incluso, en
los términos del momento, quizás podamos extendernos en algún relato personal
de nuestra vida cotidiana.
Se trata de no forzar evocaciones, hasta encontrar el momento oportuno
de acoger la apertura de sus sentimientos. No hay fórmula entonces para saber
qué responder cuando esto pasa, quizás simplemente sentir con él, compartir la
pena, dejarla fluir, sea lo mejor.
Importa no favorecer la victimización ni afanarnos por consolar, esto
último transita en el gesto auténtico de compartir su pena.
Lo que más importa es que no se pierda la relación afectiva con los
demás. Si algo contribuye a la profundización de la tristeza en el duelo, es el
aislamiento, no olvidemos que una pena compartida es siempre menos dolorosa
Es posible que, al interior de la familia se organicen para hacer algún
rito de despedida, es una buena alternativa, escoger un lugar para poner su
foto, mejor si es de una escena familiar festiva, alegre. Unas velitas que lo
iluminen y juntarse para rezarle o para expresarle cosas, deseándole siempre la
paz “allí donde esté”.
Importa que la familia se reúna, que tengan momentos en común, conversar
del día a día, expresarse cariño de manera natural, interesarse por el otro, en
particular, recordando la necesidad de cuidarse de la infección.
Es momento propicio para remontar distancias o resentimientos, si los
hubieron. Ayudarse en lo que fuera necesario, más aún si uno percibe al otro
familiar, hermano, padre o madre, como más sensible y afectado. Importa el
gesto espontáneo más que la intención racional, en cualquier caso, lo
importante es que se expresen los afectos de solidaridad y cariño. Si es así,
si puede manejarse de esta manera, el duelo es cosa de tiempo, se superará la
pérdida.
El proceso de duelo es más complicado cuando el grado de afectación por
lo vivido es muy intenso; sea que se trate de una consecuencia de la suma de
situaciones adversas o de que la persona es particularmente sensible a
situaciones de separación o pérdida. Es cuando debemos considerar dedicar un
espacio para dejarnos ayudar en el proceso de duelo desde el principio.
Se tratará entonces, de atenuar el lado traumático de la situación.
Contribuyendo a que la persona recobre el equilibrio y, así evitar que el duelo
derive a una situación patológica o crónica. Se trata de que la persona
afectada supere el momento agudo, más aún si existen riesgos de autoagresión o
abandono personal severo.
En todos los casos contribuye el poder contar con un entorno emocional
solidario y comprometido, este entorno puede no ser necesariamente la familia.
En los casos de disposición resiliente, de apertura a la vida, o mejor
capacidad adaptativa, las personas siempre encuentran alguna alternativa de
compañía y ayuda. Ésta está allí donde a veces otros no la ven, porque han
quedado enceguecidos por el dolor y la desesperanza.
De ese estado es que hay que ayudarlos a salir. En eso estamos…